
Es posible, viendo la espiral egoísmo e individualidad en la que estamos inmerso que nos cueste comprender que un sacrificio tan grande sea realizado en favor a los demás; sin embargo, si nos paramos ante la imagen del Crucificado que se eleva, etéreo e impotente, sobre el Sagrario de la parroquia de San Juan no será necesario más que abrir los ojos del alma para entender, y casi palmar,el mensaje salvífico que nos revela su divina madre. El cristo de la Redención es con la palmas clavadas en el aire, el libro abierto en el que leemos la bondad del padre. Cada una de sus heridas, sus llagas los regueros de su sangre, son como un mapa de los caminos en el que Altísimo previó para nuestra salvación.
Su cabeza, recostada suavemente, nos transmite serenidad y es la certeza de que tras ese leve sueño, hay una vida que no tendrá fin.
Una vida en la que esta, terrena es trasunto necesario y obligado y que se nos ofrece de ideal salvoconducto para alcanzar el gozo de la eterna contemplación del rostro de Jesús.
precioso..
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